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Montañismo, escalada y realización personal

Las montañas siempre han tenido una importancia y un significado espiritual para las distintas culturas del mundo.

Han representado el punto de unión entre el mundo material y el espiritual, el eje axial que conecta a la tierra y el cielo, la conexión entre el mundo humano y el divino, ya que domina la tierra y se eleva hasta el cielo.

El Naranjo de Bulnes en su explendor

Por eso, el ascenso de la montaña ha representado desde tiempos muy antiguos la peregrinación del ser humano para acercarse y entrar en contacto con la divinidad, con el mundo espiritual, con el principio y origen de toda vida terrenal.

Por ello es que en muchas tradiciones antiguas, las montañas (El Olimpo, Sinaí, Meru, Fuji Yama, Elborouz, Tabor, Machu Pichu etc) han sido lugares sagrados y misteriosos, a los que van los sabios para contactar con lo divino y elevarse espiritualmente.

Han sido puntos de inspiración humana, lugares sagrados que evocan la estabilidad, la permanencia, la fuerza, la pureza y la belleza de la naturaleza.

Símbolos de la fertilidad y la grandeza de la madre tierra, ya que suele ser de ellas, de donde surge el agua que irriga, otorgando la vida y el alimento a toda la tierra a su alrededor. Por ello, también han desempeñado un papel principal en los distintos mitos de la creación de los pueblos originarios, han sido vistas como el ombligo de la tierra de donde comienza y surge el mundo humano.

Para el Tao de la cultura oriental, la montaña se opone y contiene al agua, tal como el ying al yang, pues ambos son símbolos de la impermanencia y la inmutabilidad de la naturaleza.

Recordando que todo está en constante cambio, pero que también hay cosas esenciales y elementales que son, han estado, están y estarán permanentemente con nosotros.

Pero, así como han sido símbolos de fertilidad y comienzo de la vida, también han sido sitios de encuentro con el inframundo, o con el mundo de los muertos, un pasadizo a ultratumba donde se enfrenta cara a cara a la muerte.

Para las culturas y civilizaciones nativas de América, todas las montañas eran grandes señores o señoras; abuelos guardianes protectores del territorio, las personas, los animales, las plantas, el ganado y los cultivos.

Entidades que regían sobre la vida y el destino de los seres humanos que les rodeaban, de tal manera que cada lugar tenía una montaña, con su nombre especifico y su dominio al cual proteger.

Entre más alta era la montaña, mayor era la importancia que tenían. Estas altas montañas y acantilados también eran la morada del gran espíritu que crea y gobierna tanto sobre la vida como sobre la muerte.

Por ello, eran puntos de conexión del mundo humano, tanto con el mundo divino de los dioses, como con el inframundo, o mundo de los espíritus de los muertos.

Debido a que como seres humanos, estamos muy inmersos en nuestros cuerpos y en el mundo material, solemos ser egoístas por naturaleza; esto nos impide el despertar de nuestra consciencia hacia estados más sutiles en los que podemos descubrir nuestra verdadera naturaleza invisible y espiritual, que no se puede tocar ni ver, pero si se puede sentir, escuchar y experimentar; como la esencia de lo que somos, aquella sustancia invisible que anima y moviliza nuestro cuerpo.

Las cimas de los montes, también han simbolizado al ser humano que alcanza la meta de su realización y desarrollo personal, la cima de la evolución humana. El punto en el que se unen las cualidades físicas y materiales, con las espirituales del alma humana, es el lugar de unión entre nuestro cielo y nuestra tierra.

El punto de contacto entre la materia y la mente, donde se adquiere la consciencia de los opuestos y se aprende a hacer de estos principios opuestos, realidades complementarias, con el fin de obtener la máxima unión con sí mismos, con los demás y con el universo que nos rodea.

Por ello, es que además de ser una disciplina deportiva que aporta al desarrollo físico de las personas, la escalada contiene elementos extra que la hacen una actividad en particular enriquecedora espiritualmente para quien la practique con seriedad.

Además de fortalecer y desarrollar, especialmente y más que muchos otros deportes, las habilidades y capacidades físicas como la fuerza, la resistencia, el equilibrio, la elasticidad y la habilidad en general, también ayuda a desarrollar potencialidades humanas psicológicas, emocionales y espirituales, que otros deportes no desarrollan.

La constante interacción con la naturaleza, la altura, la gravedad y con nuestra pequeñez y vulnerabilidad, nos sitúa en una posición particular, en la que debemos enfrentar humildemente nuestras limitaciones y poner a prueba todas nuestras habilidades, sentidos, inteligencia y potencialidades humanas, aprendiendo a manejar y sobre llevar nuestros miedos, mentalidad, debilidades e inseguridades.

También nos enseña a colaborar, sincronizarnos, ayudarnos y aprender de las experiencias de los otros, resaltando la importancia esencial del compañerismo, la dependencia y la camaradería entre las personas, resaltando así nuestra naturaleza social o comunitaria.

Al tener que enfrentar el miedo que genera la altura, el aislamiento, la exposición a los elementos naturales y la posibilidad de algún accidente, o de la muerte, se enfrentan también las emociones que esto genera, como el temor, la inseguridad de las propias capacidades, y la ansiedad de tener que enfrentar ese miedo y esa inseguridad en sí mismo, pese a todo.

Para esto, se emplean recursos psicológicos naturales y elementales, que ayudan a superar los miedos y a actuar decididamente. Recursos como la respiración profunda, el apaciguamiento y enfoque de los pensamientos, la calma de la mente, la concentración en los movimientos y las acciones necesarias para resolver la ruta hasta el final.

Todo esto va a acompañado de una conversación interna en la que se revelan nuestras formas de pensar frente a las dificultades, y se enfrenta la posibilidad de superarlas.

Es aquí donde se libra una batalla interna entre nuestras propias limitaciones y debilidades, contra nuestras capacidades para superarlas. Esta batalla interna es siempre más difícil al principio, cuando estamos acostumbrados a dejarnos dominar por nuestras emociones, miedos, inseguridades y pensamientos negativos, pero a medida que la libramos conscientemente, una y otra vez, vamos descubriendo que nuestra forma de pensar afecta e influye muchísimo en nuestras capacidades y acciones.

Esta actividad que nos permite combinar y usar en conjunto tanto nuestra fuerza, resistencia, elasticidad y habilidades físicas, como las psicológicas, hace que nuestro cuerpo y mente se enfrenten, juntos e integralmente, a desafíos que los ponen al límite de sus capacidades; porque es necesario utilizar todas nuestras habilidades físicas, psicológicas, mentales y emocionales de motivación y de concentración para no sucumbir.

Integrando así la tierra y el cielo, la materia y el espíritu. Descubriendo que para avanzar, no se puede paralizar ante el miedo, la duda, la inseguridad y la presión ejercida por la altura, ni ante la posibilidad de algún golpe, caída o lesión.

Esta lucha interna por el control del cuerpo, la concentración de la mente y el dominio sobre las emociones, sobresale en el montañismo y la escalada más que en ningún otro deporte.

Por ello, si se toma en serio y de forma integral, resulta siento una herramienta muy útil y eficaz para el conocimiento de sí, la evolución personal, la maduración de la consciencia, y nuestra realización como seres humanos completos.

adam-ondra

Tal vez por ello es que las montañas y los picos rocosos eran los lugares favoritos de los sabios antiguos para encontrar la iluminación y la claridad frente a la vida, sus necesidades, sus cualidades, sus recursos y sus elementos fundamentales para evolucionar.

Quizá por ello, y por la majestuosidad, la grandeza o la belleza de la vista desde lo alto de sus cimas, es que las culturas antiguas las respetaban y las adoraban como lugares sagrados, en los cuales habitaba el gran espíritu creador y sostenedor del universo.